Fiestas del fuego del solsticio de verano en el Pirineo oscense

Momentos previos a la bajada de las fallas. Foto: Roberto Serrano, Ayuntamiento de San Chuan-San Juan de Plan
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En Aragón, en algunas localidades del Pirineo central y oriental, la noche del 23 de junio, víspera de la festividad de San Juan Bautista, se celebra de forma singular lo que se conoce como las fallas, con el fuego como eje principal.

El protagonismo del fuego simboliza en la mitología popular precristiana el poder generador del sol en el día más largo del solsticio de verano, que, junto con los otros elementos esenciales primigenios: agua, aire y tierra, son los aseguradores de la vida renovada. Estos elementos esenciales de la naturaleza conllevan rituales de purificación, fertilidad y protección, en una representación sacralizada del mito del Eterno Retorno, el mito que explica la regeneración vital de la naturaleza. En definitiva, rituales que subyacen en el mundo sincrético de las creencias espirituales y religiosas, que han llegado hasta nuestros días insertados en el calendario litúrgico católico.

La historia que respalda el encendido del faro, las fallas y las hogueras, se ha vinculado a la historia de San Juan Bautista. Su madre Santa Isabel encendió una hoguera para anunciar a la Virgen María, que iba a tener un hijo. Según la Leyenda Dorada, de Jacobo de Vorágine, la cabeza y cuerpo de San Juan Bautista fueron enterrados en Sebaste (Palestina), donde fueron venerados por los cristianos que veían continuamente los milagros procedentes de esa tumba. Indignado, Juliano el Apóstata ordenó la exhumación de los restos, su descuartizamiento y esparcimiento para evitar la devoción de los cristianos. Sin embargo, las reliquias siguieron obrando prodigios, ante lo cual Juliano mandó que se volvieran a reunir los pedazos y los quemaran en una hoguera.

La celebración comienza cuando vecinos de algunas localidades del Pirineo oscense central y oriental suben a las cumbres próximas al pueblo y en su cima talan árboles, cuyos troncos son plantados de nuevo y se les prende fuego, son los faros; con las ramas cortadas se confeccionan teas o antorchas, fallas, flamas, falles o falletas de unos dos metros de largo; con ellas se prende fuego del faro central y los jóvenes comienzan a descender por la ladera de la montaña; es lo que se llama Correr la falla, van guiados por el cap de colla formados en hilera y haciendo girar las fallas sobre sus cabezas, por lo que van desprendiéndose albá o pequeños trocitos encendidos, que transmiten a su vez las propiedades purificadores del fuego original.

Una vez en el pueblo, en la plaza de cada localidad se enciende una gran hoguera con los restos de las fallas que han bajado. La bajada de los fallaires es recibida con música y con el tañer de las campanas.

La tradición dice que las cenizas fertilizan los campos, curan las enfermedades de la piel y saltando la hoguera tres veces se tiene suerte durante el año. Incluso en algunos sitios se arrastraban fajos de fallas encendidas por los campos para favorecer las cosechas.

Las fallas son propias del área pirenaica oscense, fundamentalmente de la Ribagorza: Bonansa, Aneto, Gabás, Castanesa, Sahún, Montanuy y Laspaules y San Juan de Plan en Sobrarbe donde se conoce como el Diya de la falleta. La tradición puede observarse en otras áreas pirenaicas fuera de Aragón, como Andorra, Cataluña y Francia.

El fenómeno está experimentando un resurgimiento importante y convirtiéndose en seña de identidad de las localidades pirenaicas centro-orientales. La fiesta de San Juan y las fallas, presenta unas connotaciones propias y singulares en Aragón, viviéndolas en las localidades en donde se celebran como parte de una comunidad cultural inmaterial.

Las fallas en el Pirineo oscense central y oriental se constituyen como parte del patrimonio inmaterial aragonés por varias razones: por la pervivencia en esta tradición de ancestrales rituales precristianos purificadores y fertilizadores; por la representación del ciclo vital renovador en el momento del solsticio de verano bajo la advocación de San Juan Bautista; por la singularidad de un fuego original-faro en la cima de la montaña sagrada que proporciona el encendido de las fallas y la bajada de los fallaires en una expansión del fuego purificador que llega a toda la comunidad y rincones del vecindario; por los intensos sentimientos de pertenencia al territorio y la historia de las comunidades pirenaicas depositarias de estos rituales.

El fuego cobra en estas localidades una dimensión principal, transmisora de bienes y comunicadora de vida, insertándose en los rituales del ciclo vital en un sincretismo de creencias que perviven a lo largo de los siglos.

Historia

Declaración. Siglo XXI, 2014-07-01

Declaración. Siglo XXI, 2015-11-30

Las fiestas del fuego del solsticio de verano en los Pirineos fueron inscritas en 2015 en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad de la UNESCO.

En Aragón, en algunas localidades del Pirineo central y oriental, la noche del 23 de junio, víspera de la festividad de San Juan Bautista, se celebra de forma singular lo que se conoce como las fallas, con el fuego como eje principal.

El protagonismo del fuego simboliza en la mitología popular precristiana el poder generador del sol en el día más largo del solsticio de verano, que, junto con los otros elementos esenciales primigenios: agua, aire y tierra, son los aseguradores de la vida renovada. Estos elementos esenciales de la naturaleza conllevan rituales de purificación, fertilidad y protección, en una representación sacralizada del mito del Eterno Retorno, el mito que explica la regeneración vital de la naturaleza. En definitiva, rituales que subyacen en el mundo sincrético de las creencias espirituales y religiosas, que han llegado hasta nuestros días insertados en el calendario litúrgico católico.

La historia que respalda el encendido del faro, las fallas y las hogueras, se ha vinculado a la historia de San Juan Bautista. Su madre Santa Isabel encendió una hoguera para anunciar a la Virgen María, que iba a tener un hijo. Según la Leyenda Dorada, de Jacobo de Vorágine, la cabeza y cuerpo de San Juan Bautista fueron enterrados en Sebaste (Palestina), donde fueron venerados por los cristianos que veían continuamente los milagros procedentes de esa tumba. Indignado, Juliano el Apóstata ordenó la exhumación de los restos, su descuartizamiento y esparcimiento para evitar la devoción de los cristianos. Sin embargo, las reliquias siguieron obrando prodigios, ante lo cual Juliano mandó que se volvieran a reunir los pedazos y los quemaran en una hoguera.

La celebración comienza cuando vecinos de algunas localidades del Pirineo oscense central y oriental suben a las cumbres próximas al pueblo y en su cima talan árboles, cuyos troncos son plantados de nuevo y se les prende fuego, son los faros; con las ramas cortadas se confeccionan teas o antorchas, fallas, flamas, falles o falletas de unos dos metros de largo; con ellas se prende fuego del faro central y los jóvenes comienzan a descender por la ladera de la montaña; es lo que se llama Correr la falla, van guiados por el cap de colla formados en hilera y haciendo girar las fallas sobre sus cabezas, por lo que van desprendiéndose albá o pequeños trocitos encendidos, que transmiten a su vez las propiedades purificadores del fuego original.

Una vez en el pueblo, en la plaza de cada localidad se enciende una gran hoguera con los restos de las fallas que han bajado. La bajada de los fallaires es recibida con música y con el tañer de las campanas.

La tradición dice que las cenizas fertilizan los campos, curan las enfermedades de la piel y saltando la hoguera tres veces se tiene suerte durante el año. Incluso en algunos sitios se arrastraban fajos de fallas encendidas por los campos para favorecer las cosechas.

Las fallas son propias del área pirenaica oscense, fundamentalmente de la Ribagorza: Bonansa, Aneto, Gabás, Castanesa, Sahún, Montanuy y Laspaules y San Juan de Plan en Sobrarbe donde se conoce como el Diya de la falleta. La tradición puede observarse en otras áreas pirenaicas fuera de Aragón, como Andorra, Cataluña y Francia.

El fenómeno está experimentando un resurgimiento importante y convirtiéndose en seña de identidad de las localidades pirenaicas centro-orientales. La fiesta de San Juan y las fallas, presenta unas connotaciones propias y singulares en Aragón, viviéndolas en las localidades en donde se celebran como parte de una comunidad cultural inmaterial.

Las fallas en el Pirineo oscense central y oriental se constituyen como parte del patrimonio inmaterial aragonés por varias razones: por la pervivencia en esta tradición de ancestrales rituales precristianos purificadores y fertilizadores; por la representación del ciclo vital renovador en el momento del solsticio de verano bajo la advocación de San Juan Bautista; por la singularidad de un fuego original-faro en la cima de la montaña sagrada que proporciona el encendido de las fallas y la bajada de los fallaires en una expansión del fuego purificador que llega a toda la comunidad y rincones del vecindario; por los intensos sentimientos de pertenencia al territorio y la historia de las comunidades pirenaicas depositarias de estos rituales.

El fuego cobra en estas localidades una dimensión principal, transmisora de bienes y comunicadora de vida, insertándose en los rituales del ciclo vital en un sincretismo de creencias que perviven a lo largo de los siglos.

Historia

Declaración. Siglo XXI, 2014-07-01

Declaración. Siglo XXI, 2015-11-30

Las fiestas del fuego del solsticio de verano en los Pirineos fueron inscritas en 2015 en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad de la UNESCO.
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